Acostada quieta sobre la camilla, mantenía la respiración mientras la máquina zumbaba. Sabía que muchas personas se habían hecho resonancias magnéticas, pero para mí, que soy claustrofóbica, la situación requería que me concentrara en algo —Alguien— mucho más grande que yo.
La frase bíblica: «seáis plenamente capaces de comprender […] la anchura, la longitud, la profundidad y la altura [del] amor de Cristo» (Efesios 3:18), acompañaba en mi mente el ritmo del sonido de la máquina. En esta oración, Pablo describía cuatro dimensiones del amor de Dios, para enfatizar lo ilimitado de la presencia y el amor del Señor.
Las medidas del tubo me brindaron una nueva imagen reveladora. El ancho: apenas centímetros al costado de mi cuerpo. El largo entre ambas salidas: de mi cabeza a mis pies. La altura: 15 centímetros por encima de mi nariz. Y la profundidad se extendía por el soporte del tubo hasta el suelo. Cuatro dimensiones que ilustraban la presencia de Dios rodeándome y sosteniéndome, allí y en todas las circunstancias de la vida.
El amor de Dios nos rodea por TODAS PARTES: con sus brazos extendidos, su amor sin fin, su sostén en alto y su mano que desciende a la profundidad de todas las situaciones. ¡Nada puede separarnos de Él! (Romanos 8:38-39).